A menudo, imaginamos al terapeuta como una persona sana que, gracias a su intelecto maduro y emoción resuelta, puede ayudar a otros a trabajar con su vida interior. Sin embargo, ¿cómo sería imaginarnos que la sensibilidad del terapeuta nace, en vez, de una herida?
Esta herida se origina con una madre y/o padre que ve, trata y/o utiliza a su hij@ como un “objeto” para sentirse ella o él como una BUENA madre y/o padre – sin realmente poder ver al hij@ como un ser independiente.
“Herida” es una expresión para aquello de nosotros mismos que nos duele, que no nos gusta, que nos avergüenza, que nos da pena y que nos despierta rechazo. Incluye pensamientos, emociones, sensaciones e intuiciones que preferimos ocultar, ignorar o disimular, a favor de quedar bien o de aparecer como normales ante otros y ante nosotros mismos. Es una “herida” en el sentido de que corta la experiencia de unidad, totalidad y congruencia.
Para imaginarlo mejor y desde un panorama más amplio, evoco a una figura arquetípica que, resulta psicológicamente relevante: Hefesto, hijo de Hera, engendrado sin la ayuda de Zeus. Nacido cojo y echado de Olimpo, rechazado y nombrado por su defecto físico. Cayó al centro de la madre tierra por la boca de un volcán, donde nació por segunda vez, fue iniciado en el trabajo con el fuego, convirtiéndose en el dios herrero, el artesano.
Hefesto creaba objetos, tan útiles como preciosos, que permitieron a aquel para quien fueron destinados adueñarse de su propia vida, proporcionando herramientas que le permitieran convertirse en quien más genuinamente era. Fabricó el escudo que Eneas llevó a la guerra, facilitando que pudiera ser el valiente Eneas; también hizo las perlas que tanto resaltan la inigualable belleza de Afrodita. Inventó la brida, a petición de Atenea, que permitiría al hombre domar el instinto desbocado del caballo, iniciando la civilización cultural y psicológica.
Ni la herida en su pie, ni la descalificación de su madre, el rechazo de otros o su dolor, definieron a Hefesto. No actuó ni se conoció a sí mismo como el herido. Se dio a conocer más bien como artesano, el prototipo de quien convierte material sin forma ni fin aparente –materia en bruto– en instrumentos para la expresión. Más que resolver los conflictos de otros, su trabajo proporciona lo que le hace falta al otro para conectar con algo esencial de su ser.
Como imagen del curandero herido, Hefesto ilustra cómo la relación dinámica con la propia herida es el medio a través del cual se descubren y desarrollan los dones más profundos y los talentos más finos del nuestro ser. No se trata de eliminar la herida, sino de transitar a través de su dolor. La relación amorosa con el dolor despierta lo que hace falta para ser creativos en nuestras vidas.
La imagen arquetípica de Hefesto sostiene a la figura actual del terapeuta que, valora aquello que avergüenza, amenaza, duele y no encaja, aquello que paradójicamente hace que seamos distintos a otros, siendo nosotros mismos.
Recordemos que desde tiempos ancestrales, uno de los más profundos deseos del “homo faber” –el hombre que fabrica– es colaborar en todos los sentidos posibles con las transformaciones externas e internas de la materia. Los seres humanos también nos descubrimos a través de lo que hacemos y, a veces, a través de lo que no hacemos.
El trabajo psicoterapéutico más profundo ocurre en espacios en donde se tocan las heridas, más para relacionarse creativamente con ellas que para eliminarlas. Imaginemos al psicoterapeuta como un artesano que se revela a sí mismo a través del trabajo con su propio dolor, descubriendo así lo que el otro necesita para ser más él, o ella mismos.
El trabajo artesanal de un terapeuta empieza con el reconocimiento de sus propias heridas, el reto es que sus heridas estén presentes en el consultorio sin ser actuadas ni reprimidas; las heridas del terapeuta están al servicio de otro solamente cuando ha transformado su relación con ellas. Con su artesanía, el terapeuta se relaciona con sus demonios, dejando que tomen forma y se transformen a través de lo que aparece en su trabajo. En vez de reparar, su tarea es de re-crear.
Trabajar con las heridas del otro a través de las heridas propias, como el trabajo de Hefesto –y del psicoterapeuta profundo–, es el arte que sana en la relación terapéutica. Es artesano aquél que se relaciona con su pathos, con lo que le apasiona, dándole una nueva forma. La tarea del terapeuta es transitar por lo inesperado y desconocido, aunque le amenace, no lo entienda o le lastime, para des-cubrir nuevas formas, tanto externas como internas, de estar y ser en la vida.
A medida que la herida toma forma concreta en nuestras vidas, salimos de la idea de algo para tener una nueva experiencia de ello. Así, el herrero y el psicoterapeuta se vuelven maestros del trabajo con el fuego, guiando a otros a relacionarse creativamente con sus propios dolores, pasiones y deseos. Son quienes se transforman a sí mismos en el proceso, ganando su lugar en la vida gracias a la relación que establecen con lo que falta, con lo que duele, con lo que mueve.
Relacionarnos con nuestro dolor, con esas imágenes que acompañan a las heridas, es precisamente lo que nos permite encontrarnos con nuestros dones y más profunda y secreta creatividad, dando vida a la sensibilidad terapéutica con nosotros mismos y con otros.
La herida es una fuente de transformación cuando transitamos a través de su dolor, nos inicia en un trabajo dando forma a lo que no lo tiene; es una invitación a dejar a un lado la repetición y la memoria para abrirnos a la imaginación y a la creación, convirtiéndonos en el ser que más verdaderamente somos.